La
paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, no reaccionar o un simple
aguantarse: es fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas
que la vida pone a nuestra disposición para el continuo progreso
interno.
A
veces las prisas nos impiden disfrutar del presente. Disfrutar de cada
instante sólo es posible con unas dosis de paciencia, virtud que
podemos desarrollar y que nos permitirá vivir sin prisas. La paciencia
nos permite ver con claridad el origen de los problemas y la mejor manera
de solucionarlos.
La
paciencia es la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los
males y los avatares de la vida, no sea que por perder la serenidad del
alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores.
La
paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento;
no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud
de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas
de la vida, grandes o pequeñas. Identificamos entonces nuestra
voluntad con la de esa “chispa” divina de la que procedemos,
y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones
y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de ánimo y de la alegría
de quien está seguro de hacer lo que le dicta su propia conciencia.
La
paciencia es un rasgo de personalidad madura. Esto hace que las personas
que tienen paciencia sepan esperar con calma a que las cosas sucedan ya
que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno hay que
darles tiempo.
La
persona paciente tiende a desarrollar una sensibilidad que le va a permitir
identificar los problemas, contrariedades, alegrías, triunfos y
fracasos del día a día y, por medio de ella, afrontar la
vida de una manera optimista, tranquila y siempre en busca de armonía.